jueves, 17 de mayo de 2007

Al maestro con cariño

Publicado en Milenio Diario el miércoles 16 de mayo de 2007


Durante mucho tiempo creí que los maestros eran profesionales respetables, comprometidos de verdad con su misión. Pensaba que, por estar siempre en contacto con la información y la cultura, eran personas críticas y progresistas, y que estas características los impulsaban a crear alumnos curiosos.
Cuando, en las marchas, veía llegar al contingente del magisterio con su “el maestro luchando también está enseñando”, me conmovía. La ilusión me duró hasta que, por cuestiones laborales, tuve que convivir con los maestros de una primaria pública cualquiera del DF.
Verlos llegar, el primer día de clases, arrastrando los pies y quejándose del cansancio que ya sentían, aun antes de iniciar el curso escolar, oírlos justificarse por los bajísimos resultados de los niños y enterarme de que ningún alumno, por malo que sea, puede reprobar, porque la SEP no quiere reprobados, me abrió los ojos, bruscamente, a la realidad.
Por no hablar de la serie de irregularidades, cotidianas, que se presentan en la escuela: los ambulantes que venden los uniformes, aun cuando se supone que, en las escuelas públicas, no es obligatorio el uso del uniforme pero, si un niño se presenta sin él, lo regresan a su casa; el cobro a los padres de familia de una “cuota” al inicio del curso escolar, a pesar de que la educación es gratuita; el dinero que desaparece en manos de los integrantes de la mesa directiva; las juntas del último viernes de mes, amenizadas por marimbas y six packs de cerveza, y un largo etcétera.
¿En qué momento la educación pública desistió de su obligación de formar alumnos preparados e imaginativos? ¿Cuando nos dimos por vencidos y aceptamos estar entre los últimos lugares del mundo en lo que a calidad educativa se refiere? Creo que el acabose vino cuando la educación se politizó y el SNTE coptó al magisterio.
No estoy de acuerdo con los que aseguran que, si destináramos el 8% del PIB a educación ya estaríamos del otro lado. Me parece, en cambio, que el tema es de calidad, más que de cantidad. Antes que incrementar los sueldos de los maestros, deberíamos exigir que éstos demostraran que hacen bien su trabajo y, de acuerdo a los resultados de los alumnos mexicanos, no creo que sea el caso.
Mientras los docentes estén protegidos por el sindicato, y sus plazas sean intocables, seguiremos arrastrando el pesadísimo lastre de la falta de calidad en la educación. Y añorando el tiempo en que creíamos que la gente no se moría, el chocolate no engordaba y los maestros eran respetables...

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